martes, 17 de noviembre de 2009

Chicle

Chicle

Manuel Gonzáles, carpintero sin aspiraciones que solamente vivía por vivir, se encontraba en su taller. Eran las 3 de la tarde y el hambre pronto empezó a causar los indeseables rugidos de tripas. Aun faltaba mucho para acabar esa silla en la que trabajaba desde hacia 3 días. De las 4 patas solo llevaba una y media. El nunca se preguntaba si le gustaba la clase de vida que llevaba, solamente despertaba, almorzaba, trabajaba, comía, trabajaba, dormía. La rutina de todos los días excepto el domingo, cuando tenía que ir a misa con sus 6 hijos, Joel, Juan, José, Javier, Jesús y Julio además de acompañar a su esposa Josefina a comprar los víveres semanales. Josefina, una regordeta mujer pueblerina con una actitud de pocas pulgas por tener que tratar con tanto niño.

Aun faltaba una hora para la comida, nada antojable por cierto, sopa de fideo con frijoles, lo mismo de todos los días. Manuel ya se estaba cansando de lo mismo una y otra vez, pero que nada podía hacer, su aspecto flacucho, pegándole a lo desnutrido no se comparaba con nada a la voluptuosidad de su mujer. Es mas, posiblemente Josefina le fuera a regresar el regaño acusando a Manuel de flojo, poco hombre, inútil.

“Mejor no” se dijo a si mismo mientras retomaba su sierra y lo empezaba a frotar con el pedazo de madera lo que provoca una fricción que desprendía pedazos de aserrín. Después de terminar de cortar el pedazo de madera, se dispuso a frotarse el sudor de la frente. Hacia calor, mas de lo acostumbrado, cualquiera podía notarlo, incluso manuel con las vistas que tenia desde la ventana de su taller. Las mujeres abanicándose como emulandoa realeza japonesa y los niños jugando en poca ropa (algunos incluso desnudos) sin el menor pudor.

Súbitamente se escucha un lloriqueo, era Julio, el mas chico de los Gonzáles, prieto, como todos, pero con un halo diferente a los demás de la familia. Incluso la partera dijo que ese niño estaba destinado a ser brujo por la mirada tan penetrante que conserva aun hoy, 5 años después.

-¿Porque lloras?- pregunto fríamente el señor Gonzáles, cansado al igual que su esposa de tanto huerquerio.

El niño no respondió y solamente apunto al ojo del señor mientras seguía llorando.

- Ándale, vete con tu mama que estoy trabajando. Y deja ya de llorar, acuérdese que los hombres no lloran- dijo Manuel sin prestarle la mayor importancia al escuincle.

“Los hombres no lloran” pensó Manuel, era el mismo regaño que había recibido el en su infancia, y el mismo que había recibido su papa, y el papa de su papa. En efecto, ni un Gonzáles había llorado después de los 10 años. Sin embargo, a pesar de tener un corazón fuerte, el carácter era lo que les faltaba a los Gonzáles. Quizá un gen defectuoso, quizá un hábito pasado de generación en generación o quizá simplemente una maldición causada por un brujo en la época prehispánica.

El señor Gonzáles retomo el trabajo, miro el reloj colgado en la pared y después de unos segundos logro interpretar las manecillas, 3:30, aun faltaba media hora para esa sopa con frijoles que cada vez se imaginaba mas apetitosa.

El sudor empezó a brotar de su frente hasta casi llegar al ojo, lo que producía un ardor insoportable, pero se lo aguanto porque ya casi terminaba de cortar este otro pedazo, no iba a interrumpir su ritmo perfecto por unas simple gotitas de sudor.

El ser carpintero también venia de familia, al ser el mayor, fue el primero en aprender el oficio familiar de la carpintería, oficio que no le gustaba para nada pero que era lo único que sabia hacer. Su papa fue carpintero, su abuelo fue carpintero, su bisabuelo fue carpintero, el estaba destinado a ser carpintero, le gustara o no le gustara.

Por fin logro cortar el pedazo de madera que lo había mantenido sudando, le paso la mano para limpiar las virutas que dejo el paso de la sierra y de inmediato paso a limpiarse el sudor del ojo sin saber que en su mano se encontraba el artefacto que lo haría convertirse en el primer Gonzáles en llorar después de los 10 años, una astilla que se incrusto en su ojo derecho, causando dolor mas no ceguera. Por poco soltaba un grito por el dolor, pero logro contenerlo hasta convertirlo en un simple quejido. Su ojo estaba cerrado involuntariamente, aun cuando trataba de abrirlo no podía durar ni 1 segundo sin tener que cerrarlo por el dolor que producía esa astilla.

3:45, aun faltaba para la hora de la comida, pero tuvo que detener su jornada por razones oftalmológicas. Salio del taller y fue a ver a su esposa en busca de ayuda o simplemente consuelo.

En la cocina ya se respiraba el olor a frijoles y tortillas recién hechas. Era una cocina pequeña, combinada con la sala y el comedor. La casa en si era pequeña, de ladrillo rojo, sin lujos pero útil al fin. Enfrente de la anticuada estufa se encontraba Josefina haciendo la sopa hasta que fue interrumpida por Manuel y sus lloriqueos.

- Ve a ver a Ma´Juana- Contesto la señora después de oír una elaborada explicación de su esposo.

Ma´Juana era la curandera del pueblo, conocida por todas la gente por sus artes oscuras transmitidas desde los tiempos aztecas, útiles para curar desde una simple diarrea hasta desembrujar un pueblo. Vivía con su familia a unas cuantas cuadras de la casa de los Gonzáles en el mismo pueblo.

Después de recibir instrucciones de su cónyuge, Manuel se dispuso a partir con un ojo ponchado a la casa de la curandera azteca Ma´Juana.

Tardo 10 minutos en llegar, quizá por su lentitud o por que la casa estaba mas lejos de lo que creía. Lo recibió una joven que hacia llamarse Linda.

-¿Esta Ma´Juana?- Pregunto rápidamente Manuel, aun con un dolor punzante en el ojo.

Linda otorgo una silla al visitante y se adentro en la casa para hablarle a la curandera. Mientras tanto, Manuel se podía entretener con los pájaros que revoloteaban en una Jaula colgada en una pared.

La atención del señor Gonzáles se centro tanto en los pájaros que casi se cae del asiento al oír la voz de Juana Camarillo, a primera vista, una mujer de carácter, de esas que son tan certeras en el arte de aventar chanclas a los chamacos y capaz de callar a su marido con una regañada inolvidable.

Poco tardo Manuel en explicarle lo que le había pasado, ansioso por librarse de una vez por todas de esa astilla antes de que causara problemas mayores. Ma´Juana, después de analizar unos minutos el predicamento como si fuera un doctor tratado de diagnosticar la enfermedad, saco un chicle de su bolsa y lo empezó a masticar tratando de calmar al Manuel, que se estaba desesperando ya por la astilla.

El señor Gonzáles empezó a desesperarse al ver la calma con la Ma´Juana mascaba y remascaba la goma mientras su ojo perdía sensibilidad.

Ma´Juana se saco el chicle de la boca y le dijo a Manuel con la misma calma que masco el chicle. –Mire señor, yo le puedo ayudar pero tiene que aguantarse todo lo que le haga y no le tiene que dar asco-

Manuel accedió sin saber a lo que se enfrentaría segundos después.

El pensaba que el chicle era una mera herramienta para ayudar a las neuronas de Ma´Juana a conectarse entre si, pero estaba equivocado.

Ma´Juana apretujo el chicle entre sus dedos y poco a poco lo fue acercando al ojo ponchado de Manuel que estaba perplejo con tales métodos curativos. Pero había prometido no quejarse, así que ahora solo le quedaba aguantarse.

El chicle empezó a masajear todo el globo ocular por la acción de las manos de la curandera, pasando por el lagrimar, quitando las lagañas, limpiando la retina. Las nauseas de Manuel estaban aumentando al sentir toda la saliva de la sexagenaria Juana en sus ojos. A pesar de eso, aun tenía hambre.

5 minutos después, Ma´Juana retiro la goma de mascar del ojo de Manuel y se lo mostró, en efecto, ahí se encontraba la astilla de madera. Manuel se vio aliviado, aunque no menos asqueado por la particular forma de medicina que Ma´Juana mostraba.

De nuevo le rugió la tripa, ya eran las 4 de la tarde, lo sabia no por haber visto un reloj, sino por instinto. La casa de Ma´Juana olía a pollo y elote, comida mucho más apetitosa que los tristes frijoles revueltos con sopa aguada, con vergüenza y después de meditarlo un poco, pensó en pedirle algo de comer la curandera.

-Lo siento pero no alcanzaría, somos ya muchos. Pero tengo un chicle si quiere- Dijo mostrándole el chicle aun con la astilla enterrada. Manuel lo rechazo y Ma´Juana hizo un gesto de indiferencia, le quito el pedazo de madera, y se lo metió a la boca.

Álvaro.